El lugar que ocupa la mujer en la sociedad, su condición inferior a la del hombre en lo que concierne a la legislación de familia, penal y laboral principalmente constituyen en sí formas de violencia.
Reunidas en Panamá en marzo de 2000, las mujeres indígenas dejaron claramente sentado cómo la discriminación a la cual son sometidas, como mujeres y como indígenas, es un tipo de violencia.
Mujeres indígenas de Guatemala denuncian la pobreza y la violencia hacia las mujeres.
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En su reivindicación para eliminar la violencia hacia las mujeres, las senegalesas incluyen la pornografía, el proxenetismo y las agresiones sexuales (violaciones, incesto, pedofilia, lesiones y golpes voluntarios, hostigamiento sexual, escisión...). A esto, las mujeres de la Costa de Marfil incluyen la infidelidad de los hombres, las prácticas relacionadas a la viudez, los matrimonios forzosos y prematuros, y las centroafricanas exigen que cesen los "malos tratos infligidos a las viudas".
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En Haití, las mujeres denuncian la violencia en todos los ámbitos de la sociedad: en el trabajo, la pareja, hacia los niños, en el lenguaje, las expresiones culturales, las canciones y los dichos que presentan a la mujer con un ser perverso, malo, codicioso... La ausencia de mecanismos de recurso agrava la situación. De hecho, muy pocas mujeres se atreven a denunciar los maltratos del hombre, por temor, entre otras cosas, a que el juez, al aplicar el código penal en el cual la violación se considera un crimen de honor, ¡exija al violador contraer matrimonio con su víctima!
Las violencias contra las mujeres, provocadas por el sólo hecho de ser mujeres y de querer vivir libremente, han llevado a los hombres a cometer horrendos actos tales como los ataques al vitriolo en Bangladesh o los crímenes para "restaurar el honor", y a prohibir que las mujeres estudien y trabajen, como fue el caso en Afganistán..